Aniledah

Canalizado por María Gimena Przytula

Haboni tiene un vestido verde claro, más largo de un lado que del otro. Su pelo es rojo bordo con dos trenzas, las botas verdes y una carita de elfo, con orejas puntiagudas y hermosa nariz. Sus alas eran cristal transparente que con el sol lucían un hermoso tornasolado. Llevaba un arco y una flecha de poder. Ahí tenía su mayor poder y cuando lo utilizaba, pequeñas estrellas como polvos dorados, volaban en un millón de partículas de luz y consciencia. Era ágil entre las hojas secas del bosque que se encontraba a principios del otoño. Volaba segura y eficaz, nada detiene la velocidad de un hada en una misión importantísima. Tenía el pergamino en su mano derecha, se veía un hermoso papel transparente dónde se Iucían hojas secas en su interior, como las que ella esquivaba. Con letra negra y de tinta, gruesa y se leía con facilidad: confidencial.

Solo así llegaría al castillo. Un viejo castillo que se abría entre los árboles, color blanco viejo. Sus ladrillos estaban pintados de blanco, tenía las puntas de un viejo y decolorado color bordo. Tenían enormes plantas colgando de la base de sus ventanas de madera. Se veía el otoño en los colores del cielo, naranjas, amarillos, que delineaban este antiguo castillo. ¿Quiénes vivían en ese hermosos castillo? Ellos eran hijos de los mejores reyes que tuvo alguna vez Aniledah. En la época donde todo era azul color mar oscuro en la noche, profundo, donde todo el mundo era mágico y reinaba la paz. Ellos eran los reyes de la antigua Atlantis. Haboni tenía in arduo camino. En todo su viaje el tiempo pasaba veloz como una estrella fugaz. Las hojas de los árboles se teñían de todos los colores. Partiendo de un hermoso verde oscuro hasta un naranja, amarillo característico del otoño. Atravesó las montañas con grandes heladas y nevadas del Oriente, veranos intensos donde el sol pegaba en oeste desértico.

Allí estaba ella. La más hermosa delicada de todas las hadas. Podía verse su aura brillante como pequeñas estrellas girando sobre su cuerpo. Su cuerpo de ágil con movimientos lentos y flexibles. Ella era rubia con su pelo largo entrelazado, lleno de pequeñitas flores blancas con un centro naranja pastel. Su largo vestido liviano se lo llevaba el viento y parecía bailar. Su piel blanca y etérea parecía brillar y su suave capa era tan larga que caía al suelo lleno de hojas del otoño. Generaba paz su presencia, mucha luz y profundidad. Traspasaba la línea espacio tiempo y todo parecía detenerse en ese instante. Levemente aparece una sonrisa en su rostro, camina danzando con sus ojos cerrados, moviendo la cabeza hacia un lado y el otro, con estrellas de ambos lados.

Haboni llega a una enorme sala blanca con destellos de sol en las paredes. Había pesadas cortinas atadas con finos hilos de oro formando una bella flor. El piso era frio y translucido. Haboni podía ver su reflejo mientras caminaba por una alfombra que cubría gran parte del flamante piso. Su fin eran los grandes Atlantis, los mejores reyes que alguna vez tuvo Aniledah. Mientras Haboni volaba dulcemente hacia ellos, podía comenzar a distinguir alguna de las características de los bellos reyes. A su izquierda estaba el señor Atlantis sentado en una enorme silla de piedra blanca. Tenía un gran plumaje color gris perlado que mientras caía sobre su delgado cuerpo se tornaba negro. Sus ojos oscuros profundos, su pelo rubio y su media sonrisa, le hizo entender a Haboni que la reconocía, aún desde esa distancia. A su derecha estaba ella, la reina Zhafiro. Su pelo largo y oscuro, sus ojos verdes y una gran capucha color verde profundo caía sobre su vestido blanco. Su enorme sillón era igual al de su Señor y entre ellos había una mesa baja de metal decorada con flores y pequeñas hojas entrelazadas. Arriba tenían siempre tres amuletos u objetos importantes, dependiendo el tema al tratarse en la sala. En este caso, Haboni reconoció una pequeña jaula, una caja de madera hecha mágicamente por uno de sus bardos y una hermosa pluma negra delgada que sobresalía del tintero de cristal. Casi llegando a su lugar en esa alfombra, Haboni deja poco a poco de mover sus increíbles alas de hada y se sienta delante de los reyes.