Aniledah

Ratatitah venía caminando como todas las tardes desde el Sur de Abac  en dirección al Hospital de Pombiroh donde asistía al taller de control de emociones de criaturas remanentes del mundo mágico, cuando tuvo la fortuna de cruzarse con un Bardo aniledense que viajaba en la grupa de una yegua majestuosa que cabalgaba su Guardia Rosa. Rara vez se veían Bardos fuera de Aniledah, pero en Abac, eran reconocidos por su generosidad y abundancia y para Ratatitah aquello era un claro signo de esperanza para su estómago siempre demandante. Rápidamente salió al paso de los forasteros y la guardia rosa desenvainó sorprendida su espada pero relajó su rostro al ver que aquello que se interponía en el camino no era una rata gigante ni nada que mereciera el frío de su acero.

-Dishculpe, sheñora roshita. ¿Puedo hablar con shu bardito un ratito?

La guardia rosa permaneció en silencio unos instantes y giró su cuello para encontrarse con la mirada del Bardo, que se bajó la capucha y sonriente respondió:

-¿En qué puede servirte este humilde bardo, pequeña criatura? ¿Sos una rata parlante o algo así?

-Algo ashí, mi nombre esh Ratatitah. Tengo musha hambre y no como deshde anoche. Me dijeron que losh bardosh shon muy generosos. ¿Me comprásh un shangushito en la tiendita que eshtá allá en la eshquina? –respondió sin ningún decoro ni vergüenza alguna en sus labios.

-Me temo que no tengo monedas para intercambiar en Abac, pero puedo componerte un lindo bardo para engañar a tu estómago por unas horas… -ofreció el Bardo.

-Mi panshita esh muy ashtuta y no she deja engañar con cuentitosh. ¡Dame al menosh algo para calmar mi dolor que tengash en esa enorme bolsha que llevash!

El Bardo se quedó pensativo unos segundos y luego exclamó con una sonrisa:

-¡Tengo un budín que me regaló una buena Señora! ¿Te gusta el budín? A ver, está en el fondo, espera. –agregó mientras revolvía en su bolso, sin notar el brillo demencial que se apoderó del rostro de Ratatitah, que por sobre todas las cosas de este mundo, el budín era su tesoro más apreciado. La guardia rosa notó ese cambio en su energía y sujetó con más fuerza la empuñadura de su espada.

-¡Tomá, acá ten…! –no llegó a decir el Bardo que Ratatitah ya había saltado sobre el budín y casi muerde la mano de su benefactor al hincarle los dientes al budín.

La guardia rosa le dio un revés con su mano enguantada y Ratatitah cayó a un costado del camino sin soltar ni dejar de comer el budín en ningún momento. Sólo cuando se lo devoró totalmente, se llevó la mano a su mejilla morada y dio un respingo de dolor.

-¡Veo que te gusta mucho el budín! Perdona a mi guardia, ella no deja que nadie me toque un solo pelo sin antes otorgarle el permiso–dijo el Bardo.

-¿Tenésh másh? –solo respondió Ratatitah mientras se llevaba una miga que había encontrado a su boca.

-No tengo más. Lo siento. ¡Pero te voy a dar una noticia que te va a alegrar el día!

-¿Qué notishia? –preguntó con desconfianza Ratatitah.

-La semana que viene hay un concurso de ingesta de budines en la plaza de Aniledah, aquél que coma más budines en diez minutos, se ganará el Budín de Oro del gremio de los panaderos y los participantes portadores que vienen de afuera podrán aspirar a una vacante dentro de los muros. ¡Imagináte la cantidad de budines que podrías comprar con ese premio!

-¿Y puedo comer todosh los budinshitos que yo quiera?

-¡Y qué budines! Este que te mandaste recién parece un bizcochito en comparación!

-¿Cuándo vamosh? –respondió Ratatitah visiblemente conmovido.

-Dentro de una semana esperáme en este mismo camino y a mi regreso vamos juntos, yo te haré entrar en Aniledah y ahí mismo podrás anotarte.

La espera durante toda esa semana se hizo eterna para Ratatitah. En el taller de control de emociones, nunca había estado tan disperso pues toda su pequeña mente estaba enfocada en ese maravilloso concurso de budines impensado. El sátiro llamó su atención una y otra vez pero apenas conseguían que les prestara un poco de atención, cuando terminaba el taller y repartían las galletitas y bizcochos por los cuales  Ratatitah recorría a pie tan largo camino todos los días hacia el Hospital de Pombiroh. Hasta el ogro Balter que siempre le pegaba una zurra por sus intervenciones desafortunadas y su mendicaje desaforado, estaba sorprendido por lo ausente que su compañero estaba esos días. Y finalmente llegó el día y ya desde el alba Ratatitah estaba en el camino pactado. Cuando vio llegar al Bardo tomado de la cintura de su Guardia Rosa montados en la hermosa yegua, sus ojos se llenaron de lágrimas y su estómago empezó a sacudirse de emoción.

-¡Te has acordado! No creo que a nuestra yegua le incomode un pasajero de tu tamaño, debes pesar menos que un niño, ven, acomódate entre mi guardia y yo así no te nos caes cuando empecemos a cabalgar más rápido.  Ratatitah se trepó torpemente agarrándose de la capa de la guardia rosa y cuando finalmente quedó en medio de los dos, la yegua empezó a trotar ya sin pausa directo hacia Aniledah. El Bardo pronto lamentó quedar detrás de la maloliente criatura pero tomó aquello como una prueba de carácter y distrajo su malestar durante el resto del viaje pensando en composiciones bardos de perfume para futuras y desagradables ocasiones como aquella que estaba padeciendo junto al hediondo Ratatitah.

La llegada a Aniledah coincidió con la puesta de sol poco antes de que los loboferinos salieran a la superficie del Bosque de Eucaliptus. El Bardo se relajó apenas lo atravesaron porque sabía que los loboferinos no atacan a los Bardos que salen con Guardias Rosas, pero no sabía lo que podía ocurrirle a su invitado de haberse cruzado con una de estas fieras infernales.

Apenas cruzaron las gigantescas puertas, la ciudad comenzaba a iluminarse con sus hermosos árboles de gemas resplandecientes. Muchas  madres, niñas y doncellas iban de aquí para allá, y no pocas Señoras cargando pesadas bolsas con productos del mercado iban junto a sus Siervos que caminaban alegremente a su lado y a veces las ayudaban llevando algún peso menor. Algunos pocos portadores jovencitos iban sueltos y correteando de aquí para allá y también muchas criaturas parlantes conversaban entre sí o pegaban saltos y revoloteaban de aquí para allá, todos en un clima festivo propio de la hora, pues una vez entrada la noche,  los aniledenses se disfrazaban y cubrían sus rostros con máscaras andróginas, para integrarse mujeres y portadores como una única humanidad, la legendaria Nación de la Noche Lunar.

Salvo un par de guardias matriarquinas que interrogaron ligeramente a la guardia rosa apenas cruzaron las puertas del reino, nadie parecía fijar su atención en Ratatitah, que miraba en todas direcciones, indiferente al esplendor del reino que acababa de conocer en persona, pero alerta a todos los olores y con sus ojos ávidos por encontrar el lugar donde se celebraría el concurso de budines.

Cuando descabalgaron, el Bardo se despidió de la guardia rosa y llamó a un perro golden parlante que pasaba casualmente por allí.

-¡Hola perrombre! Vos que tenés buen olfato, podrías acompañar a mi amigo a donde está lo del concurso de budines? Me hubiese gustado llevarlo yo mismo pero tengo que reportarme urgente en la Torre Redah.

-¡Guau! –respondió sonriendo el golden. ¿Tu amigo es una rata parlante? ¿No tendré problemas con la Cofradía Felina, no?

-¡La cola que tiene es de fantasía, es más humano que yo! –respondió riéndose el Bardo.

-¡Yo no shoy humano! –protestó Ratatitah.

-¿Y qué sos entonces, guau? –le preguntó el golden.

-¡Y yo qué shé! ¿Dónde están los budinshitosh?

-¡Por acá, seguíme, guau! –y Ratatitah salió corriendo detrás del perrombre sin siquiera volver la mirada para despedirse del Bardo que se había quedado con la mano en alto intentando saludarlo y desearle suerte en el concurso.

La tienda donde se desarrollaba el concurso era una carpa inmensa de color naranja y toda iluminada en su interior. Había una larga fila donde iban inscribiéndose todos los participantes. Entre ellos había portadores, niñas, doncellas y muchas criaturas parlantes, desde palomas gigantes hasta chanchumanos que olían tan fuerte como Ratatitah. Detrás de la carpa, había una improvisada cocina con un gigantesco horno de barro del cual iban saliendo docenas de budines calentitos y espumosos. Al llegar a la cocina, Ratatitah inspiró fuertemente exigiendo al máximo sus pulmones y cerró por unos instantes sus ojos. Aquello era el paraíso. Sus ojos se llenaron de lágrimas y sus piernas comenzaron a temblar. Sentía que su corazón quería salirse de su pecho y por primera vez en su vida sintió algo parecido al agradecimiento desde que fuera abandonado en Abac por su madre de Misandría.

Un coro de aves parlantes dio inicio al concurso. Primero habría una ronda de eliminación. Aquél que no pudiera comerse un budín en menos de un minuto y sin beber ni un sorbo de agua sería inmediatamente descalificado. Muchas niñas abandonaron el concurso en esa instancia, visiblemente indignadas. Los chanchumanos también fueron descalificados porque destrozaron más budín de lo que tragaban. Las palomas gigantes también fueron descalificadas porque solo picoteaban los budines y llenaban la mesa de migas. Sólo una decena de participantes pasó al a siguiente ronda y Ratatitah estaba entre ellos, no tuvo problemas para superar la prueba de eliminación, pero casi fue descalificado debido a que algunos participantes lo acusaron de haber usado magia para desaparecer su budín y fingir que se lo había comido. Porque en efecto, el budín de su plato desapareció tan pronto como se lo sirvieron y tan rápido se lo comió que nadie llegó a verlo, ni siquiera una miga había dejado. Pero para su fortuna, uno de los jueces logró encontrar un rastro infinitesimal de budín colgando de la baba de la comisura de sus labios mientras se relamía la boca así que lo dejaron pasar a la siguiente ronda.  De todos modos, Ratatitah no aparentaba estar muy feliz ni satisfecho por haber pasado la eliminación. Se lo veía inquieto y desorientado y miraba con ojos ávidos a su alrededor como buscando algo con notoria ansiedad hasta que un Siervo de la Casa de una de las Señoras más importantes, se subió a un palco para anunciar un cuarto intermedio a fin de preparar la siguiente ronda de budines y brindarles a los concursantes un lapso de tiempo prudencial para recuperarse.  Ratatitah pegó entonces un salto de su silla y fue directo a los platos de los chanchumanos y las palomazas y limpió con su lengua todos los restos que habían dejado en los platos. La gente lo miraba con rareza y una rata gigante parlante vestido con una elegante corbata azul y una gorra de arpillera, se acercó hacia él disimuladamente y le dijo:

-¡No te comportesh como una rata o van a creer que shosh uno de nosotrosh y te van a echar del concursho!

-¡No, no! ¡Sho no shoy una rata! –exclamó Ratatitah llevándose una mano al pecho y otra al estómago.

-¡Pero te pareshesh musho y sha te estaban mirando raro!

-¡Pero shi todas lash criaturas parlantes partishipan!  ¿Qué importa shi me confunden con uno de ushtedesh? ¡Sho me crié en lash alcantarillash y lo primero que aprendí a deshir fue “shiii, shiiiii”!

-Esh que nadie quiere a las ratash… She las tolera porque el Bardo de las leyendas tenía una y fue asheshinada por las aniledenshes y deshde entonshes eshtá prohibido matarnos. Pero no nosh dejan partishipar de los concurshos porque shomosh mushas y nosh comemosh todo.

-¡Pobreshitash! ¿Y por qué todos los otros partishipantes van al baño?   -dijo entonces Ratatitah mirando con desconfianza la larga fila haciendo cola para entrar a los baños públicos de la plaza.

-¡Porque shon unosh herjesh! ¡Van a vomitar losh budinesh para poder comer más en la prueba prinshipal!

-¡No! ¡Cómo van a vomitar losh budinshitos!

-Shí, ashí hashen. Pero lash ratash shomos muy listash y nosh ponemosh debajo de lash letrinas y nosh robamosh todo lo que ellosh deshperdishian. ¿Querésh venir conmigo a comernosh todo?

-¡Shí, shí, shí! –exclamó entusiasmado Ratatitah y apenas la rata parlante saltó hacia un agujero en la tierra, él se tiró de palomita detrás de ella y la siguió a la carrera hacia los túneles que se encontraban  debajo de los baños públicos.

Una vez bajo la superficie, Ratatitah se encontró sumido en total oscuridad pero como gran parte de su infancia la había vivido en las alcantarillas de Abac, rápidamente se fue orientando con su olfato y pronto se encontró con miríadas de pequeños ojos brillantes que levantaron unos instantes sus miradas hacia él y luego siguieron comiendo lo que arrojaban los concursantes por las letrinas. Pero tras un largo rato ingiriendo alimentos de dudosa procedencia y contextura, su pequeña luz de humanidad lo hizo recuperar la razón y al ver que la rata parlante que lo había invitado a aquél bizarro banquete hace rato que había desaparecido, se dio cuenta que había caído en una trampa y estaba a punto de perder el concurso.

Rápidamente empezó a correr por los túneles buscando la salida mientras las ratas parlantes parecían cruzarse en su camino una y otra vez para lograr desorientarlo. Finalmente encontró la salida y fue corriendo con prisa hacia la carpa donde se ya se habían retomado el concurso. Una guardia aniledense le franqueó el paso.

-¡Dejame pashar, shoy un partishipante! –gritó Ratatitah.

-¿A quién le hablas en ese tono rata portadora?

-¡No shoy una rata, shoy Ratatitah! ¡Dejame pashar!  ¡Sha empesharon! -insistió. Pero a cambio solo recibió un golpe en la cabeza con la lanza de la guardia.

-¡Vete de aquí rata inmunda! No intentes engañarme, yo misma acompañé a ese portador alfeñique llamado Ratatitah! ¡Vete a hacer tus trampas a otro lado y deja a la gente participar en paz!

Antes de retirarse resignado, Ratatitah estiró el pescuezo y pudo llegar a ver a alguien que lucía y vestía prácticamente igual que él y que estaba  cobrando ventaja sobre los demás concursantes; ya había vaciado media docena de platos. Y entonces empezó a sentir frío en su cuerpo y descubrió que se encontraba todo sucio y desnudo y solo una corbata azul y una gorra de arpillera cubrían su cuerpo, aquella rata parlante hartera había ocupado su lugar. Pero él era Ratatitah y tratándose de budinshitos, sólo él era digno del premio mayor.

Al otro día se despertó sonriendo debajo de un eucaliptus fuera de los muros de Aniledah. Había soñado que la que la carpa donde se celebraba el concurso se había prendido fuego y que en el apuro, la rata tramposa corrió a refugiarse dentro del horno de budines y terminó rostizada y con una rica tonalidad a budín de vainilla con almendras que aún podía sentir cuando eructaba. Pero su estómago empezó a hacer ruido y su olfato se puso alerta. Faltaban pocas horas para que finalizara el taller de control de emociones donde el sátiro repartía los clásicos budincitos y la distancia hasta Abac, la ciudad donde se encontraba el Hospital Pombiroh, era enorme. Pero enseguida se relajó, aquello ya poco importaba, su almohada tenía la forma de un budín enorme y tenía el color majestuoso del oro. Dicen que un loriano lo observó un largo rato hincándole sus dos únicos dientes en vano, hasta que se dio por vencido y maldiciendo su suerte, arrojó aquél premio al arroyo Lenuth y empezó a correr sin pausa en dirección a Abac.