Aniledah

—¿Por qué han envejecido? ¿Por qué están volviendo a morir? ¿Acaso no los sanamos y les dimos todo nuestro amor?—preguntaba afligida una y otra vez Aniledah.

—Ya te lo hemos dicho, la gente de la superficie rara vez si alcanza los ciento veinte años. —respondió el lemuriano.

—¿Pero por qué? ¿Qué diferencia hay entre ellos y nosotros? ¿Dónde está escrito que deban envejecer y morir? ¿En su sangre?

—No hay nada programado en su sangre con esa función, las especies inteligentes controlan sus cuerpos y eligen cuando cambiar sus formas, nadie muere naturalmente ni mucho menos envejece de ese modo tan horroroso.

—¿Entonces por qué? ¿Por qué, Lehmar?

—Es algo que se originó después de la caída de mi civilización, después del diluvio universal. Está en sus memorias.

—¿Es como un trauma? ¿Algo como la Vieja Herida de las mujeres de la superficie? ¿Un implante de las lagartijas?

—No lo sé… Sólo puedo decirte que es como un mal recuerdo, una antimagia muy poderosa…

—No te entiendo…

—Desde que nacen en este mundo, ellos son testigos de la decadencia y muerte a su alrededor. Se les enseña que nadie vive para siempre, que todos tarde o temprano deben pasar por el envejecimiento y finalmente rendirse ante la muerte. Por eso los jóvenes suelen odiar a los viejos. No solo porque les muestran algo que no quieren asumir hasta que entran en esa etapa, sino porque los ancianos reproducen y sostienen esa realidad generación tras generación. Y a medida que la gente madura, empieza a romantizar la vejez y disfrazarla de sabiduría y dignidad.

—¡Pero la decrepitud no tiene nada de digno  ni sabio, es un error! —protestó indignada la Reina.

—Ellos creen otras cosas. Piensan que sin la muerte la vida no tendría sentido y si no envejecieran, la juventud no tendría el mismo valor.

—¡Decíle eso a un pobre moribundo! ¡Están atrapados en la Dualidad, es un horror!

—La Escuela de Bardos algún día pondrá fin a la Dualidad, los hombres que tomen éste camino podrán elegir y cambiar sus formas cuando ellos mismos lo decidan…

—Pero ya muchos estudiantes están envejecidos y a punto de perder su lucidez… ¿No hay forma en tu antigua ciencia de revertir ese proceso?

—Todo es posible si se cree en ello, pero la creencia en la vejez y la muerte está muy arraigada en la memoria de esta gente como te dije…

—¿Y no habrá alguna manera de limpiar esa memoria?

—Ese es un pensamiento muy peligroso Su Majestad. Mi antigua civilización pereció por intentar algo así.  La división entre quienes querían interferir para ayudar a razas menos evolucionadas y aquellos que abogaban por dejarlas seguir su curso natural, fue la madre de todas las grietas y causó la mayor guerra que este mundo jamás conoció.

—Pero yo no propongo interferir con los pueblos vecinos. Sólo quiero darle una oportunidad a mis rescataditos aquí dentro de los muros, de tener una vida larga y saludable hasta que puedan liberarse por sí mismos de tan gran y cruel injusticia.

Lehmar la miró con ojos compasivos y se quedó en silencio unos instantes. Finalmente, dejó escapar un suspiro y le respondió:

—Desgraciadamente no hay forma de borrar esa memoria profunda sin borrar todos sus recuerdos. Pero como he dicho: creer es poder y si Su Majestad y el Bardo están de acuerdo…